La miniserie se estrena en Star+ este martes 26 de julio, al cumplirse exactos 70 años de la muerte de “la jefa espiritual de la Nación”, a sus 33 años. Está protagonizada por Natalia Oreiro. Enterate de qué trata la historia.

Está en su lecho, el cadáver aún debe sentirse tibio y Perón la besa en la boca. Ese beso de amor en los labios se diferencia, y mucho, cuando esos mismos labios sean tocados año después por otro militar, el coronel Moori Koening, que espiaba a Eva cuando ya estaba enferma. “Vamos chicos”, les dice Perón a sus caniches, blanco y negro, cuando debe dejar el dormitorio matrimonial al médico español que llega para preservar y embalsamar el cuerpo de su segunda esposa.

Natalia Oreiro, que ya fue otro ícono nacional y popular, pero musical, como Gilda, ahora es Evita. En los dos primeros capítulos (Esa mujer y Cuatro tumbas para Eva) está más quieta que activa, porque esos episodios -la serie arranca el mismo día lluvioso y frío de su muerte, con ella en la cama, esquelética y demacrada, levantándose y abriendo la ventana para ver a sus descamisados, que rezan por su salud- tienen a la protagonista más en posición horizontal, ojos cerrados y maquillada, que de pie.

Y lo de protagonista en ese comienzo es relativo. Tampoco Juan Domingo Perón, un seguro Darío Grandinetti con peluca y pose, algo desnutrido, tiene mucha participación.

Para quienes no estén familiarizados con la novela de Tomás Eloy Martínez (1934-2010), publicada en 1995, Santa Evita no es estrictamente una biografía de la líder espiritual, ni la trata como a una Santa, pese a la portada del libro. Combina hechos reales y de ficción.

Se centra en todo lo que ocurrió con el cadáver de Eva, la aparición del médico que la embalsamó y preservó para ser exhibida en un mausoleo, que el golpe de Estado de 1955 impidió, y cómo luego los militares ubicaron su cuerpo y, junto a otras “tres réplicas exactas” como se escucha en la serie, los habrían enterrado en distintos lugares.

Entonces, los protagonistas al comienzo son el coronel Moori Koening (muy bien Ernesto Alterio), el médico Pedro Ara (el catalán Francesc Orellá, protagonista de Merlí) y el periodista que compone Diego Velázquez (alter ego de Tomás Eloy Martínez), que sigue la investigación en 1971.

Santa Evita es un clásico de la literatura latinoamericana, y la novela argentina más traducida de la historia, de ahí, también, el interés internacional que despertó su adaptación. Y que haya tomado años, e involucrado, finalmente a Rodrigo García (hijo de Gabriel García Márquez) como director y productor, y a Salma Hayek también comprometida en la producción de la serie.

Fuerte e impactante son las imágenes de la escena en la que le pinchan y extraen la sangre al cuerpo inerte de Eva. “Fines coronat opus”, escribe Ara (El trabajo corona el final, en latín). “El cadáver de Eva Perón ya es absoluta y definitivamente incorruptible”, luego dice el médico. No sabe lo que le espera. A él, y al cuerpo que cuidó durante años.

La serie, como la novela, va saltando en el tiempo. De 1952 a 1971 (una suerte de presente, al menos en los dos primeros episodios), a 1955 (el derrocamiento de Perón), a 1926 (cuando Juana, la madre de Eva, lleva a ella y a sus hijos a despedir a Juan Duarte, el padre ausente).

Es que en 1971 los militares le ofrecieron a Perón devolverle el cuerpo de Eva, después del siniestro recorrido que tuvo. Y es ese dato el que investiga Mariano Vázquez, que tiene el teléfono de Perón en Puerta de Hierro, en Madrid, y cuando el Pocho le confirma que tiene buena información, va para adelante.

«No hagas periodismo si no querés quilombo» es una recomendación que Vázquez, claramente, no escuchará en la sala de Redacción del diario en el que trabaja.

La serie da su lugar a las frases hechas y gorilas (“Al fin se murió la yegua”, “Que viva el cáncer”) y aprovecha imágenes reales, documentales, de archivo, para mechar con las que iluminó el Chango Monti, el mejor director de fotografía del cine argentino, de La historia oficial y Gringo viejo a El secreto de sus ojos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FUENTE: Clarín.